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Crítica

Las siete cintas

Las siete cintas

Una serie sorprendente por lo atrevido de su contenido y forma, debida a los desconocidos Diego Blanco Albarova y Ricardo del Pozo. Hay muchas razones para valorarla, más aún teniendo en cuenta la escasez de medios y la brevedad de la narración. Por supuesto, no es fortuito el título paralelo a la conocida serie de Netflix Por trece razones y similar marco de la historia de Jota, un adolescente que encuentra en la puerta de su casa un paquete anónimo con siete cintas de casete grabadas por alguien que parece conocerle bien y que quiere revelarle a lo largo de las cintas las razones por las que ha muerto.

¿Dónde está entonces lo novedoso y lo atrevido? Pues que ya en el primer capítulo se da a conocer al espectador al misterioso remitente de las cintas: el mismo Dios. Así que esta serie de capítulos brevísimos, apenas cinco minutos cada uno de ellos, da la vuelta a la tortilla y no deja indiferente, quieres ver lo que ocurre en la siguiente grabación a la par que el protagonista. Se entrelazan así historias cotidianas de amigos, de familia, de clase, de amor, con un trasfondo que invita a pararse a pensar en el sentido de la existencia, de la realidad del ser humano desde una antropología cristiana, de la historia, del bien y del mal.
Hay interpretaciones notables, especialmente la de Juan Ventas como Jota y la de Pablo Ventas como su amigo Dogo y, por supuesto, la del que representa al mismo padre de la mentira, Lucifer, que interviene directamente en uno de los capítulos.

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Por muchas razones. Entrevista en “El debate de hoy”.

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DAVID VICENTE CASADO  @dvicentecasado   @eldebatedehoy

22/04/2020

Diego Blanco: «La descristianización europea es tal que da vergüenza que un joven vaya a misa»

Diego Blanco Albarova (Zaragoza, 1976) es investigador cultural, escritor y productor de televisión. Acumula galardones como el Gabriel Award, que la asociación de prensa católica de Estados Unidos y Canadá le otorgó en  2019 a la mejor película documental por Un camino inesperado. Con la serie Por muchas razones, producida por Producciones Número 52 junto a la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y el CEU, busca que los más jóvenes den una oportunidad a la vida, aunque exista el sufrimiento. Poder dejar atrás la antropología terriblemente pesimista que impera en nuestra sociedad y saber que existe un camino lleno de amor en el que «puedes dar al stopcuando quieras y que te da libertad de cambiar de canal». En momentos como los que estamos viviendo con la COVID-19, Por muchas razones, disponible en ATRESplayer, puede suponer una pequeña luz que ilumine la oscuridad de muchos hogares.

Pregunta: Lo primero que quería preguntarle es ¿qué tal acogida ha tenido la serie?

Respuesta: Te puedo decir que la acogida está siendo espectacular. La gente está contentísima, hasta tal punto que nos están preguntando ya por la segunda temporada.

Pregunta: ¿Entonces habrá segunda temporada?

Respuesta: Ojalá. Es un proyecto en el que hay que rezar mucho, pero para Dios no hay nada imposible.

P: ¿Cómo surgió la idea de crear Por muchas razones y por qué?

R: Son varios pasos los que me llevaron a crear esta serie. En primer lugar, fue un verano en el que me invitan a varios campamentos de jóvenes para dar charlas. En esas charlas se me ocurrió hablar de las series de televisión, las películas y, en general, la cultura pop que están consumiendo la juventud actual. Contenidos muy pesimistas, antropológicamente desastrosos, que llevan a muchos jóvenes a la tristeza.

En segundo lugar, desde el centro de Bilbao de la ACdP (Asociación Católica de Propagandistas), con el que yo había colaborado en la Noche Joven de sus Jornadas Católicos y Vida Pública, me pidieron qué podríamos hacer para una próxima edición. Junté estas dos ideas y se me ocurrió poder dar una respuesta a la problemática de los jóvenes, mediante la serie Por muchas razones, contando la historia de por qué Cristo había muerto por ellos.

El no recibir la aprobación de la gente que, generalmente, te aprueba en las redes, puede suponer una crisis muy profunda para los jóvenes. Muchas veces, se busca ser querido por lo que no se esDiego Blanco, creador de ‘Por muchas razones’

P: Por muchas razones es claramente, entonces, una serie que va a contracorriente, ¿no?

R: Sí, pero también es una contestación a la cultura pop reinante en este momento, que propone a los jóvenes una antropología terriblemente pesimista, donde ha quedado desterrado el final feliz por irreal, infantil y por muchas causas más. Se trata de una contestación para dar una oportunidad a la vida aunque exista el sufrimiento. La solución no es cerrar el libro a la mitad, sino que hay que terminarlo hasta el final.

P: Puede ser un refugio frente a las consecuencias de la pandemia que nos está tocando vivir…

R: Yo creo que sí. Mucho feedback que estamos recibiendo es que la serie está dando esperanza. Creo que, en un momento como el que estamos viviendo, que salga la serie ahora es genial porque, precisamente, puede arrojar esa lucecita de esperanza a la gente que peor lo está pasando. Un sacerdote amigo me contó que había tenido que vivir con un gran dolor cómo una persona con coronavirus se había suicidado. Por desgracia, son cosas que no se están contando. Por eso, espero que Por muchas razonessea una pequeña luz que ilumine la oscuridad de muchos hogares que están llenos de tristeza por la pandemia.

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Cartel promocional de la serie ‘Por muchas razones’

P: Hay varios momentos en los que el protagonista, Jota, esconde su fe, por así decirlo. Uno es cuando coincide con su amigo en las taquillas y otro momento es en la biblioteca cuando se esconde la Biblia… ¿Qué se ha producido en la sociedad para que el católico tenga que esconder su fe ante los demás?

R: Ha habido un proceso grandísimo de descristianización en la sociedad. Antes, toda Europa era más o menos cristiana. Pero, en los últimos tiempos, ha habido un proceso tan grande en la sociedad europea y mundial que ahora da vergüenza que un joven vaya a misa o lea la Biblia.

España es ahora un lugar de misión y es necesaria la evangelización en nuestros pueblos más cercanos o en los institutos más cercanos, porque la sociedad, en su gran mayoría, ya no reconoce el cristianismo ni a Jesucristo como un gran referente.

P: Hasta tal punto que incluso Jota, el protagonista, es objeto de burla por su propia hermana…

R: Efectivamente, porque la persecución parte, en muchas ocasiones, de la familia. Yo quería reflejar esta realidad donde, en ocasiones, es la familia la que puede perseguirte, por decirlo de alguna manera, o hacerte sufrir por el hecho de tomar una opción religiosa.

A mí, por ejemplo, siempre me ha impresionado que, en la obra de teatro de Peter Pan, el personaje del Capitán Garfio lo hace el mismo actor que hace a su vez el personaje de padre de Wendy. Yo quería reflejar esto también en la serie, que el personaje del director del colegio, castigador nato, es también el padre del protagonista. No es una crítica, ni mucho menos, hacia los padres, es una forma de reflejar, en cierto modo, lo que es la adolescencia, que se produce siempre en una ruptura entre el joven y el adulto, ese que antes era tu héroe y ahora, en tu adolescencia, es tu rival. Ser adolescente no es pecado, pero es un tiempo de crisis en el que se cuestiona todo.

La solución no es cerrar el libro a la mitad, sino que hay que terminarlo hasta el finalDiego Blanco, creador de ‘Por muchas razones’

P: Hay otro momento que me llama la atención: cuando Sandra, otra de las protagonistas, finge delante de la hermana de Jota. ¿Tenemos miedo a perder nuestro estatus en la sociedad?

R: Sí, sin ninguna duda. Ahora, incluso más que nunca. Vivimos de cara a la galería con todo esto de las redes sociales. Tenemos creada una identidad digital tan fuerte que perderla nos hace cuestionar nuestros pilares más profundos. Trabajé mucho en esa escena que comentas, porque demuestra realmente cómo cuesta perder tu identidad, la que te has forjado durante tanto tiempo, tantos tuits y tantos likes. El no recibir la aprobación de la gente que, generalmente, te aprueba en estas redes puede suponer una crisis muy profunda para los jóvenes. Muchas veces, se busca ser querido por lo que no se es.

P: ¿El apostar por una serie como Por muchas razones y ponerla en la parrilla se puede considerar un acto de valentía?

R: Es un acto heroico, hoy por hoy. Es verdad que ves plataformas que apuestan a todo. Te puedes encontrar con las películas de Juan Manuel Cotelo, a la vez que películas de corte ateo. Es verdad que hay un público cristiano que está deseando ver estas cosas y que agradece muchísimo cuando se emiten productos así. Es una apuesta valiente de la ACdP y el CEU, por comandar este proyecto, y de Atresmedia por acoger esta iniciativa, que podría generarles muchas críticas por lo que te comentaba anteriormente de la descristianización.

P: ¿Cómo le gustaría que la gente recordara esta serie?

R: El resumen perfecto sería que es una serie muy sencilla y que ha ayudado mucho. Poder poner el rostro de Cristo y que entre en cada casa, un rostro como este que dice que le puedes dar al stop cuando quieras, que te da la libertad de cambiar de canal y dejar de verlo, pero que si quieres verlo te vas a encontrar con el anuncio del amor de alguien que te quiere muchísimo y te quiere ayudar.

Imagen destacada: El productor de televisión y creador de la serie Por muchas razones, Diego Blanco. | D.B.

«Grandes amigos» La relación entre judíos y católicos en la obra de J.R.R. Tolkien. (II)

TOLKIEN Y LOS JUDÍOS

La amistad entre el católico y el hebreo forma parte de la pro­pia experiencia de Tolkien. En una carta dirigida a su hijo Christopher en 1.944, narra una anécdota que le ocurrió con uno de sus íntimos amigos, Cecil Roth, famoso erudito judío y profesor de Oxford, en una de las noches que, a cau­sa de los bombardeos sobre Inglaterra de la II Guerra Mundial y por su condición de militar en la reserva, tuvo que pasar fuera de casa, en la oficina de defensa civil:

«Estaba en la pequeña habitación 033: muy fría y húmeda. Pero ocurrió un incidente que me conmo­vió, y la ocasión se hizo memorable. Mi compañero de infortunio era Cecil Roth (el erudito historiador judío). Lo encontré encantador, lleno de gentileza; nos quedamos conversando has­ta pasadas las 12. Me prestó su reloj, pues no había allí ninguno que marchara, y, no obstante, él mismo vino y me llamó a las 7 menos 10: ¡para que pudiera asistir a la Comunión! Me pareció un atisbo fugaz de un mundo que no hubiera caído. En realidad, yo estaba despierto y descubriendo (como uno lo hace) varias razones (aparte del cansancio y no tener oportunidad de afeitarse ni de siquiera lavarse) como excu­sas para no asistir. Pero la intervención de este judío tan amable y la mirada grave que dirigió a mi rosario zanjaron la cuestión. A las 7.15 estaba en St. Aloysius a tiempo para la confesión antes de la misa».

Algunos han acusado a Tolkien de antisemitismo y quieren ver atisbos antisemitas en su obra; por ejemplo cuando en El Hobbit se destaca la codicia como uno de los rasgos negativos de los Enanos. Sin embargo, esto no parece ser un problema para los comentaristas judíos. No al menos para Rabbí Meir Soloveichik, ya citado, para Rabbí Jeffrey Saks[i], para David Goldman[ii], o para Matt Lebovic[iii], periodista del Times of Israel, por nombrar algunos. Tampoco para el profesor Martin Hadis, que escribirá a este respecto en la revista Maj´Shavot:

«El retrato que Tolkien hace de los enanos no siempre es elogioso. Pero si bien es cierto que en sus relatos los enanos son a menudo poseídos por la codicia, no es ésa la única raza de la Tierra media que sucumbe ante esa debilidad. Tanto en El Señor de los Anillos como en el Silmarillion o El Hobbit podemos observar también cómo la codicia hace estragos entre hombres, elfos y hobbits. No hay, de hecho, raza o pueblo en la Tierra Media que esté exenta de vicios o defectos (…).  Los elfos son seres elevados, pero a menudo demuestran ser mezquinos e incapaces de decir adiós a sus posesiones. Los hombres son llevados a menudo a la perdición por su arrogancia, precipitación y orgullo; los hobbits fracasan más de una vez por su necedad y falta de visión»[iv].

De hecho, la codicia es la raíz de la maldad del Anillo, el primero de todos los males. No es un pecado imputable exclusivamente a los Enanos. También podría acusarse de codicia a Gandalf o a la mismísima Galadriel que en diferentes momentos de la novela se ven obligados a librar una gran batalla interior por no tomar el Anillo que Frodo les ofrecerá.

De todos modos, aunque hubiera sido muy difícil que un antisemita fuera amigo del famoso sionista Cecil Roth, existen pruebas más concretas del amor de Tolkien por el pueblo hebreo, como cuando, por ejemplo, escribe:

«Mi apellido no es de origen judío, pero me sentiría honrado si lo fuera»[v].

O más significativas aún, como la conocida respuesta que dio a los editores alemanes, dependientes de las autoridades nazis, cuando con el fin de valorar la publicación de El Hobbit en Alemania, preguntaron a Tolkien por carta si era de origen «ario».

«Si debo entender que quieren averiguar si soy de origen judío, sólo puedo responder que lamento no poder afirmar que tenga antepasados que pertenezcan a ese dotado pueblo»[vi].

Es decir, que le encantaría poder afirmar que tiene antepasados judíos. A su editor le contestaría así:

«No considero la (probable) ausencia de toda sangre judía como necesariamente honorable; tengo numerosos amigos judíos y lamentaría dar cualquier fundamento a la idea de que suscribo esa doctrina (el nazismo) racista, perniciosa y del todo anticientífica»[vii].

Tolkien declarará expresamente acerca de los Enanos algo que no puede decirse de las  otras razas de la Tierra Media:

«Por medio de los anillos no era posible corromper a los Enanos. Desde un principio fueron hechos de una especie que resitía con firmeza cualquier clase de dominio. Aunque podían ser muertos o quebrantados, no era posible reducirlos a sombras esclavizadas a otra voluntad; y por la misma razón ningún Anillo afectó sus vidas (…). Y por eso Sauron los odió todavía más, y más deseó quitarles lo que tenían»[viii].

DI «AMIGO» Y ENTRA

No debe pensarse que la amistad entre Legolas y Gimli expresa simplemente un cariño personal. El autor de El Señor de los Anillos quiere hacer partícipes de esta amistad a los dos pueblos, el cristiano y el hebreo, por completo. Lo hará por medio de las historias de Erebor y de Moria y por una clave tan evidente como oculta, el único código secreto que puede romper el muro: la palabra «amigo».

En El Hob­bit, Tolkien apunta temas que luego desarrollará en profundidad en El Señor de los Anillos. Moria, el maravilloso reino perdido de los Enanos, es uno ellos. Parte de Erebor, el Reino Enano desolado por el dragón Smaug. No es difícil ver que ambas historias siguen la misma pauta. Tanto en el Erebor de El Hobbit como en la Moria de El Señor de los Ani­llos los enanos han construido reinos espléndidos y magníficos. Allí prosperan porque ambas mansiones son ricas en metales y piedras preciosas y los enanos son una raza de herreros y orfebres, los más hábiles artesanos de toda la Tierra Media. En Erebor encuentran un tesoro, la «piedra del Arca», el corazón de la montaña, una joya tan espléndida que sólo poseerla convierte a su legítimo propietario en rey. En el caso de Moria encontrarán otro tesoro, mithril, la plata auténtica, más valiosa que el oro, a la que ni se le comparan las joyas, que es una imagen de la Palabra del Señor «plata pura, de ras de tierra, siete veces purgada» (Sal 12,11). Pero estos descubrimientos tendrán funestas consecuencias para ambos reinos. En El Hobbit, la aparición de la piedra del Arca excitará la codicia de otro ser, el malvado dragón Smaug, que expulsará a los enanos de su reino. En el caso de Moria, los enanos cavarán demasia­do hondo para conseguir mithril, lo que despertará a un terrible demonio dormido bajo la montaña que también arrojará a los enanos fuera de Moria. Y se convertirán así en un pueblo sin tierra, desterrado de su hogar, condenado a vivir entre otros pueblos que desconfían de ellos; extraños para todos, hablando tanto en la lengua de su diáspora como en su propia lengua secreta.

La Montaña Solitaria donde se ubica Erebor hace referencia al monte del Señor, al Templo de Jerusalén que custodia en su interior el objeto más sagrado del pueblo de Israel, el Arca de la Alianza, preservada en el Santo de los Santos. La Montaña Solitaria guarda asimismo la piedra del Arca. Quizá ahora se entiende mejor su título de «corazón de la montaña». Es el corazón del Templo, el Arca de Dios. La piedra angular y preciosa, como dirá el profeta Isaías (cf. Is 28,16). Erebor es destruido por un dragón. El profeta Jeremías comparará a Nabucodonosor con un dra­gón (cf. Jr 51,34) que se traga al pueblo al destruir el Templo y llevar­lo al exilio.

Sin embargo, no es a Erebor sino a Moria a dónde se dirigirá la co­munidad del Anillo. Moria, la montaña a la que asciende Abra­ham con su hijo Isaac para ofrecerlo allí en sacrificio en obediencia al mandato de Dios, es el monte del Templo. Así, la Moria del El Señor de los Anillos se corresponde de nuevo con el Monte del Templo de Jerusa­lén. Pero es imposible entrar, la comunidad del Anillo está atascada ante sus puertas, que no se pueden abrir. Gandalf tiene que usar de toda su sabiduría para hallar la contraseña que las abra hasta que consigue dar con la clave. En el grabado de las puertas se puede leer: «Habla, amigo, y entra», pero lo ha traducido mal. La traducción correcta es: «Di ‘amigo’ y entra». Así que pronuncia la palabra «amigo», mellon en élfico, y los portones se abren permitiéndoles entrar. Demasiado sim­ple, como admitirá el mago, para estos tiempos oscuros. Aquella era la contraseña de tiempos más felices. El Templo estaba llamado a ser «casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,7), un lugar donde pudieran entrar los amigos para encontrarse con Dios, también los no judíos, los gentiles, los «extranjeros adheridos al Señor» (íd.) La Shekiná de Dios en el Templo alegraría a todos los pueblos con la mis­ma alianza.

La comunidad del Anillo ha pronunciado la palabra «amigo» en las puertas del lugar de la Alianza. Esta es la propuesta de Tolkien para convertir en universal la relación de amistad personal entre Legolas y Gimli. Solo la palabra amigo logrará acceder al interior del Templo para expulsar de allí al Balrog, la Abominación de la Desolación, instalada ilegítimamente en el Monte Santo; al igual que Smaug fue expulsado de Erebor por Thorin y su compañía de desterrados. Para comenzar a vencer a las bestias del Señor Oscuro basta con pronunciar la palabra «amigo».

CONCLUSIÓN. EL INICIO DE LA AMISTAD.

Tolkien sitúa el inicio de la verdadera amistad entre Legolas y Gimli en una mujer hebrea. La visita a Galadriel, imagen de la Virgen María, en Lórien, supone el punto de inflexión. Esta mujer hebrea ha sido atravesada por la espada profetizada por Ezequiel por los pecados de su pueblo, al igual que tantas madres hebreas que han visto sufrir y morir a sus hijos en los campos de concentración. Así lo ha expresado tantas veces Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, con ocasión de la sinfonía El sufrimiento de los inocentes ante la Puerta de la muerte de Auschwitz-Birkenau y en otros lugares del mundo.

Esta mujer habla a Gimli en su propia lengua, ganándose así el reconocimiento del Enano. Su lucha contra Sauron es constante y sincera; es una de ellos. Una mujer hebrea que ha sufrido la pérdida de su hijo querido. Algo tan sencillo como saber qué es lo que hace sufrir al otro es la prueba de que existe el amor. Es la clave que inicia la relación de verdadera amistad. Porque lo que Tolkien quiere transmitir es que la amistad entre hebreos y cristianos se fundamenta en que ambos tenemos un adversario común: Sauron, Señor del Anillo, enemigo del Dios Único y de la humanidad. Por eso, El Señor de los Anillos lanza una llamada a los enemigos del Enemigo para que no caigan en el error de luchar entre sí, sino contra el verdadero y único adversario:

«–¡Ay, qué tiempos de desatino! – dijo Legolas — ¡Todos somos aquí enemigos del único Enemigo, y sin embargo hemos de caminar a ciegas.

–Quizá parezca un desatino – dijo Haldir—En verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen».

Muchas cosas más podrían decirse, pero por razones de espacio no es posible hacerlo. La mitología de Tolkien abarca 40.000 años de historia y no es fácil resumir algo tan importante como la relación entre judíos y católicos en la obra de Tolkien en unos cuantos párrafos. Queda pendiente hablar de la creación de los Enanos y de las similitudes de este relato con el del sacrificio de Abraham; de las lembas, que Gimli ya conocía pero con otro nombre; de cómo Tolkien transforma el antisemita Anillo de los Nibelungos wagneriano en la historia de la diáspora del pueblo de Israel, condenando y eliminando el odio de la obra de Wagner y dotando al cuento mitológico de un sentido nuevo, más acorde con el original y sin ningún rasgo de antisemitismo. Quedan pendientes las cavernas Centelleantes, Fangorn, los siete padres de los Enanos y las vendas de Legolas y Gimli en Lórien. Y sobre todo, queda pendiente el viaje final de estos dos amigos, ahora inseparables, hacia la otra orilla del mar, después de haber reconstruido juntos, ayudados por sus respectivos pueblos, la ciudad Blanca, herida en la guerra del Anillo.

 

[i] Rabbi Jeffrey Saks, Tolkien and the Jews. En http://www.torahmusings.com/2013/01/tolkien-and-the-jews/

[ii] David P. Goldman, “Spengler”. Why Did Tolkien Care About the Jews? En pjmedia.com/spengler/2016/08/31/why-did-tolkien-care-about-the-jews/

[iii] Matt Levobic, Are Tolkien’s dwarves an allegory for the Jews? En Times of Israel: http://www.timesofisrael.com/are-tolkiens-dwarves-an-allegory-for-the-jews/

[iv] Martin Hadis, Maj´Shavot, Vol. 41, nº 1, 2.003.

[v] Cartas de JRR Tolkien, nº 325.

[vi] Cartas de JRR Tolkien, nº 30.

[vii] Cartas de JRR Tolkien, nº 29.

[viii] El Señor de los Anillos. Apéndices.  J.R.R. Tolkien, Minotauro, 1.986. Apéndice A, III «El pueblo de Durin», pp. 81-82.

«Grandes amigos». La relación entre judíos y católicos en la obra de J.R.R. Tolkien. (I)

«¿Qué haremos con el Anillo? Ése es el destino que hemos de considerar. Para este propósito habéis sido llamados. Llamados, digo, pero yo no os he llamado, no os he dicho que vengáis a mí, extranjeros de tierras dis­tantes. Habéis venido en un determinado momento y aquí estáis to­dos juntos, parecía que por casualidad, pero no es así».

El Señor de los Anillos, Libro 2, cap. 2º. «El concilio de Elrond»

INTRODUCCIÓN

La frase que da título a esta entrada, extraída del capítulo 8 del Libro segundo de El Señor de los Anillos, hace referencia a dos de sus personajes más interesantes; el elfo Legolas y Gimli el enano, miembros de la comunidad del Anillo. La relación entre ambos evoluciona a lo largo de las páginas de la obra de Tolkien desde el odio visceral hasta la mayor amistad nunca vista en la Tierra Media. Esto podría no pasar de la mera anécdota y seguramente no merecería mayor atención si no fuera por el significado que estos personajes y las razas a las que pertenecen tienen dentro del legendarium del viejo profesor de Oxford, ya que Legolas es el representante de una raza, la élfica, que significa «la cristiandad católica» y Gimli, hijo de Glóin, es un hebreo de los pies a la cabeza.

 JUDÍOS EN LA TIERRA MEDIA

Los estudiosos de Tolkien, a la hora de interpretar el significado de sus obras, cuentan con muy pocos datos de primera mano. De ahí que uno pueda encontrarse con las más variadas (y descabelladas) interpretaciones que puedan imaginarse. Tolkien es muy poco claro respecto al significado de su obra. Y lo es a propósito, porque busca salvaguardar la integridad del mensaje religioso que escondió en ella, que es su razón de ser; y para evitar que una explicación demasiado nítida de su significado suponga un obstáculo para su difusión. Sobre todo y como era su deseo, para su difusión en países que sufrían persecución religiosa. Por esta razón, llegó incluso a negar que sus obras tuviesen significado alguno, confiando en que el secreto ayudaría a pasar las barreras de la censura, como así sucedió en realidad.

Sin embargo, providencialmente, el caso de la raza de los Enanos es una rara excepción al respecto. No queda mucho lugar para interpretaciones cuando puede leerse, escrito de su puño y letra: «Concibo a los enanos como judíos»[i]. O cuando de un modo insólito, casi sin precedentes, Tolkien vuelve a insistir en lo mismo en la última entrevista que concedió a la BBC: «Los enanos, por supuesto, son de un modo bastante obvio, los judíos. Sus palabras son semíticas, obviamente. Construidas para que fueran semíticas»[ii].

Así pues, si para Tolkien los Enanos son el pueblo hebreo, los cuentos que escribió sobre ellos adquieren un significado nuevo. Un significado nuevo y elocuente.

 ABRIRÉ MI BOCA EN PARÁBOLAS (Sal 78 -77-,2)

Tolkien dirá que: «El Señor de los Anillos es una obra fundamentalmente religiosa y católica»[iii]; por eso su argumento trasciende el de una simple novela de fantasía y se convierte en un masal, una parábola, un cuento lleno de significado[iv] en el que no es difícil escuchar los ecos de una potente palabra de salvación.

Como se dice claramente en el Silmarillion, el Señor Oscuro es el demonio; el Satán que ha vuelto a cobrar fuerza y amenaza con su poder a toda la Tierra Media. Sin embargo, hay algo que le falta para poder dominar definitivamente a todos los pueblos libres: el Anillo que forjó en la oscuridad de los tiempos y que le fue arrebatado por un rey mortal. Sauron volcó en este anillo la mayor parte de su poder; volcó en él el pecado y sus consecuencias: el miedo a sufrir, el miedo a la muerte. El Anillo es una imagen «mitológica» de lo que la teología católica llama «pecado original».

Frodo, el protagonista de la novela, se encontrará con que sin querer tiene ese Anillo en su agujero hobbit, porque lo ha heredado de su padre. Es el símbolo del hombre acomodado en su zona de confort, que quiere vivir acorde a lo que la sociedad dicta en cada momento y que se muestra incapaz de pensar en nada más que en su trabajo, su ocio y el resto de las cosas que cree que le dan la felicidad. Frodo representa a toda la humanidad, que usa constantemente el Anillo para huir de los problemas del día a día. Pero Dios no deja solo al hombre en esta situación, sino que le envía una ayuda en forma de heraldo: Gandalf, que es una imagen de la Iglesia, un misionero itinerante. El mago gris conminará a este hombre encerrado en su agujero a salir de ahí, de las falsas seguridades que nunca han logrado quitarle el miedo ni dar sentido a su vida; a salir, como Abraham, «de su tierra y de su parentela», y ponerse en camino al encuentro de una comunidad cuya misión será destruir el Anillo, antes de que Anillo destruya a la humanidad. ¿Salir hacia dónde? Hacia el Mar Rojo, hacia la muerte, hacia Mordor; para arrojar el Anillo a unas aguas que son como fuego: la lava de Monte del Destino.

Dicho de otro modo, según la visión de Tolkien, devoto católico, deberá salir hacia las aguas del bautismo.

 LA COMUNIDAD DEL ANILLO

«Habrá concilios más fuertes que los hechizos del Enemigo», escucharán los llamados a acudir a Rivendel en la hora en que el Anillo ha sido descubierto de nuevo. Tolkien pondrá en labios de Elrond el medio elfo, la definición del problema fundamental al que el concilio de Rivendel debe enfrentarse: «¿Qué haremos con el Anillo?».

El concilio de Elrond es imagen del concilio Vaticano II que Tolkien preveía y juzgaba necesario, ya que la formación católica que recibió desde niño bebía de las ideas del Cardenal Newman, considerado por todos como un precursor del mismo. La doctrina de Newman le fue transmitida por su tutor legal, el padre Francis Morgan; un sacerdote del Oratorio de Newman, muy cercano en su juventud al Cardenal.

Ambos concilios, el de Elrond y el de Juan XXIII, na­cen de la necesidad de dar una respuesta a los peligros que amenazan al mundo: «una grave crisis de la humanidad (…) como en las épocas más trágicas de nuestra historia»[v], en palabras de Juan XXIII. El Anillo ha sido descubierto de nuevo; los elfos menguan, es decir, la época de la cristiandad ha terminado y los hombres andan dis­persos. Pueblos enteros han caído bajo el poder del Señor Oscuro y se han convertido en sus vasallos. Sauron está recobrando su poder muy rápidamente. El aborto, el incesto, una violencia indescriptible, la desaparición de la familia, la ideología de género. Europa ha apostatado de sus raíces judeo-cristianas. Es necesario destruir el Anillo, no es posible esconderlo y menos aún utilizarlo. ¿Pero quién lo llevará allí? Frodo, consciente de su debilidad se ofrece voluntario, pero no puede ir solo. La humanidad quiere, pero no puede hacerlo sola. Se precisa de una nueva realidad capaz de destruir el Anillo, de combatir el mal que crece de nuevo y amenaza ahora al mundo. Es necesaria una pequeña comunidad con una grandísima misión. De este modo, el concilio de Elrond dará origen a la comuni­dad del Anillo. Y gracias al Concilio, en esta comunidad habrá un hebreo, Gimli. Porque los enanos son tan enemigos del Señor Oscuro como los elfos.

Y en el otro Concilio sucederá lo mismo. La declaración Nostra Aetate buscará terminar con años y años de incomprensión: «Todos los pueblos forman una comunidad (…) Como es tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos»[vi].

La Iglesia del Concilio también quiere a Gimli en la comunidad.

UN HEBREO EN LA COMUNIDAD

El Rabino Meir Soloveichik, en un artículo titulado «The secret Jews of The Hobbit», dirá sobre Legolas y Gimli: «Animados por Gandalf, los dos se convierten al fin en los mejores amigos, luchando hombro con hombro y arriesgando sus vidas para derrotar al Señor Oscuro y a sus malvadas legiones. Esta alianza de enanos-elfos bien puede ser un paradigma de una amistad judío-cristiana»[vii].

Aunque enanos y elfos se odian desde tiempo inmemorial, Tolkien insiste en unir ambas razas en la misión de salvación universal que significa la comunidad del Anillo. Como dirá Gandalf: «os necesito a los dos». Son necesarios los dos, cristianos y hebreos para ayudar a la humanidad a destruir el Anillo. Es sorprendente pensar hasta qué punto consideró Tolkien imprescindible que cristianos y hebreos colaborasen juntos en la empresa de sanar una humanidad que se aleja y reniega de sus raíces, que son los valores judeo-cristianos. El olivo y el olivastro son el testimonio contra la sombra de Mordor.­

Según Tolkien cristianos y judíos tienen la misión de formar parte de la comunidad del Anillo, pasando página a años de barreras y prejuicios para centrarse en la misión de salvación que ambos pueblos han recibido de Dios respecto al mun­do de hoy. Y así, buscando el diálogo sincero, Tolkien no obviará las disputas, sino que buscará las soluciones. Por ejemplo, en El Hobbit, la cristiandad (representada en esta novela temprana por el reino de Thranduil y de los elfos del Bosque Negro) es mostrada como una realidad encerrada en sí misma, que desaparece poco a poco y cuyos restos no son capaces de enfrentarse a los problemas del hombre de ese momento, porque el mundo está cambiando. A Thranduil, el rey elfo, sólo le preocupa conservar su reino y no le importa en absoluto que lo que hay fuera de sus fronteras se esté derrum­bando. Es todo lo contrario a Gandalf. Enanos y elfos se echan en cara cosas terribles. El diálogo de la película de Peter Jackson entre Thorin y Thranduil refleja muy bien este aspecto. El jefe de los Enanos dirá al rey elfo: Hiciste oídos sordos al sufrimiento de mi pueblo; lo cual adquiere una significación muy seria. Por eso, porque Tolkien quiere encarar el problema con valentía, no junta en la misma comunidad a un cristiano y a un hebreo cualquiera. Legolas es hijo de Thranduil, el que hizo oídos sordos al sufrimiento de los enanos, y Gimli lo es de Glóin, uno de los enanos que acompañó a Thorin y que escapó a duras penas de los calabozos de los elfos. No hay nadie en el mundo que pueda llevarse peor. Sin embargo, están llamados a salvar juntos a la humanidad, superando el muro que les separaba, el odio.

[Continuará]

[i] Cartas de JRR Tolkien, nº 176.

[ii] Última entrevista a J.R.R. Tolkien. Programa Now read on…, BBC radio 4. Enero 1971.

[iii] Cartas de JRR Tolkien, nº 142.

[iv] Para justificar esta afirmación, ver R. Murray, S.J. «J.R.R. Tolkien y el arte de la parábola» en J.R.R Tolkien. Señor de la Tierra Media, Minotauro, Barcelona, 2.001, p. 66.

[v] Constitución Apostólica Humanae salutis por la que se convoca el Concilio Vaticano II.

[vi] Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. I. IV.

[vii] Rabbi Meir Soloveichik, The Secret Jews of ‘The Hobbit’. From The Middle East to Middle Earth. En http://www.commentarymagazine.com/articles/the-secret-jews-of-the-hobbit/

¡Ya está disponible mi web personal!

¡Hola a todos!

Después de varios meses por fin está disponible mi web personal http://www.diegoblancoalbarova.com

Espero que os guste. Principalmente la he dedicado a mi nuevo libro «Un camino inesperado» que está teniendo mucho éxito entre los lectores, gracias a Dios.

Además encontrarás varios enlaces a conferencias en vídeo, entrevistas en la radio, etc.

¿Quieres vivir una gran aventura? Todavía queda un Anillo y, aunque no lo sepas, lo tienes tú. Sal de la comodidad de tu agujero hobbit y ponte en camino con la comunidad si quieres arrojarlo al fuego y destruirlo para siempre. Tendrás que darte prisa, los Jinetes Negros ya saben quién lo tiene… y no tardarán en encontrarte.