«¿Qué haremos con el Anillo? Ése es el destino que hemos de considerar. Para este propósito habéis sido llamados. Llamados, digo, pero yo no os he llamado, no os he dicho que vengáis a mí, extranjeros de tierras dis­tantes. Habéis venido en un determinado momento y aquí estáis to­dos juntos, parecía que por casualidad, pero no es así».

El Señor de los Anillos, Libro 2, cap. 2º. «El concilio de Elrond»

INTRODUCCIÓN

La frase que da título a esta entrada, extraída del capítulo 8 del Libro segundo de El Señor de los Anillos, hace referencia a dos de sus personajes más interesantes; el elfo Legolas y Gimli el enano, miembros de la comunidad del Anillo. La relación entre ambos evoluciona a lo largo de las páginas de la obra de Tolkien desde el odio visceral hasta la mayor amistad nunca vista en la Tierra Media. Esto podría no pasar de la mera anécdota y seguramente no merecería mayor atención si no fuera por el significado que estos personajes y las razas a las que pertenecen tienen dentro del legendarium del viejo profesor de Oxford, ya que Legolas es el representante de una raza, la élfica, que significa «la cristiandad católica» y Gimli, hijo de Glóin, es un hebreo de los pies a la cabeza.

 JUDÍOS EN LA TIERRA MEDIA

Los estudiosos de Tolkien, a la hora de interpretar el significado de sus obras, cuentan con muy pocos datos de primera mano. De ahí que uno pueda encontrarse con las más variadas (y descabelladas) interpretaciones que puedan imaginarse. Tolkien es muy poco claro respecto al significado de su obra. Y lo es a propósito, porque busca salvaguardar la integridad del mensaje religioso que escondió en ella, que es su razón de ser; y para evitar que una explicación demasiado nítida de su significado suponga un obstáculo para su difusión. Sobre todo y como era su deseo, para su difusión en países que sufrían persecución religiosa. Por esta razón, llegó incluso a negar que sus obras tuviesen significado alguno, confiando en que el secreto ayudaría a pasar las barreras de la censura, como así sucedió en realidad.

Sin embargo, providencialmente, el caso de la raza de los Enanos es una rara excepción al respecto. No queda mucho lugar para interpretaciones cuando puede leerse, escrito de su puño y letra: «Concibo a los enanos como judíos»[i]. O cuando de un modo insólito, casi sin precedentes, Tolkien vuelve a insistir en lo mismo en la última entrevista que concedió a la BBC: «Los enanos, por supuesto, son de un modo bastante obvio, los judíos. Sus palabras son semíticas, obviamente. Construidas para que fueran semíticas»[ii].

Así pues, si para Tolkien los Enanos son el pueblo hebreo, los cuentos que escribió sobre ellos adquieren un significado nuevo. Un significado nuevo y elocuente.

 ABRIRÉ MI BOCA EN PARÁBOLAS (Sal 78 -77-,2)

Tolkien dirá que: «El Señor de los Anillos es una obra fundamentalmente religiosa y católica»[iii]; por eso su argumento trasciende el de una simple novela de fantasía y se convierte en un masal, una parábola, un cuento lleno de significado[iv] en el que no es difícil escuchar los ecos de una potente palabra de salvación.

Como se dice claramente en el Silmarillion, el Señor Oscuro es el demonio; el Satán que ha vuelto a cobrar fuerza y amenaza con su poder a toda la Tierra Media. Sin embargo, hay algo que le falta para poder dominar definitivamente a todos los pueblos libres: el Anillo que forjó en la oscuridad de los tiempos y que le fue arrebatado por un rey mortal. Sauron volcó en este anillo la mayor parte de su poder; volcó en él el pecado y sus consecuencias: el miedo a sufrir, el miedo a la muerte. El Anillo es una imagen «mitológica» de lo que la teología católica llama «pecado original».

Frodo, el protagonista de la novela, se encontrará con que sin querer tiene ese Anillo en su agujero hobbit, porque lo ha heredado de su padre. Es el símbolo del hombre acomodado en su zona de confort, que quiere vivir acorde a lo que la sociedad dicta en cada momento y que se muestra incapaz de pensar en nada más que en su trabajo, su ocio y el resto de las cosas que cree que le dan la felicidad. Frodo representa a toda la humanidad, que usa constantemente el Anillo para huir de los problemas del día a día. Pero Dios no deja solo al hombre en esta situación, sino que le envía una ayuda en forma de heraldo: Gandalf, que es una imagen de la Iglesia, un misionero itinerante. El mago gris conminará a este hombre encerrado en su agujero a salir de ahí, de las falsas seguridades que nunca han logrado quitarle el miedo ni dar sentido a su vida; a salir, como Abraham, «de su tierra y de su parentela», y ponerse en camino al encuentro de una comunidad cuya misión será destruir el Anillo, antes de que Anillo destruya a la humanidad. ¿Salir hacia dónde? Hacia el Mar Rojo, hacia la muerte, hacia Mordor; para arrojar el Anillo a unas aguas que son como fuego: la lava de Monte del Destino.

Dicho de otro modo, según la visión de Tolkien, devoto católico, deberá salir hacia las aguas del bautismo.

 LA COMUNIDAD DEL ANILLO

«Habrá concilios más fuertes que los hechizos del Enemigo», escucharán los llamados a acudir a Rivendel en la hora en que el Anillo ha sido descubierto de nuevo. Tolkien pondrá en labios de Elrond el medio elfo, la definición del problema fundamental al que el concilio de Rivendel debe enfrentarse: «¿Qué haremos con el Anillo?».

El concilio de Elrond es imagen del concilio Vaticano II que Tolkien preveía y juzgaba necesario, ya que la formación católica que recibió desde niño bebía de las ideas del Cardenal Newman, considerado por todos como un precursor del mismo. La doctrina de Newman le fue transmitida por su tutor legal, el padre Francis Morgan; un sacerdote del Oratorio de Newman, muy cercano en su juventud al Cardenal.

Ambos concilios, el de Elrond y el de Juan XXIII, na­cen de la necesidad de dar una respuesta a los peligros que amenazan al mundo: «una grave crisis de la humanidad (…) como en las épocas más trágicas de nuestra historia»[v], en palabras de Juan XXIII. El Anillo ha sido descubierto de nuevo; los elfos menguan, es decir, la época de la cristiandad ha terminado y los hombres andan dis­persos. Pueblos enteros han caído bajo el poder del Señor Oscuro y se han convertido en sus vasallos. Sauron está recobrando su poder muy rápidamente. El aborto, el incesto, una violencia indescriptible, la desaparición de la familia, la ideología de género. Europa ha apostatado de sus raíces judeo-cristianas. Es necesario destruir el Anillo, no es posible esconderlo y menos aún utilizarlo. ¿Pero quién lo llevará allí? Frodo, consciente de su debilidad se ofrece voluntario, pero no puede ir solo. La humanidad quiere, pero no puede hacerlo sola. Se precisa de una nueva realidad capaz de destruir el Anillo, de combatir el mal que crece de nuevo y amenaza ahora al mundo. Es necesaria una pequeña comunidad con una grandísima misión. De este modo, el concilio de Elrond dará origen a la comuni­dad del Anillo. Y gracias al Concilio, en esta comunidad habrá un hebreo, Gimli. Porque los enanos son tan enemigos del Señor Oscuro como los elfos.

Y en el otro Concilio sucederá lo mismo. La declaración Nostra Aetate buscará terminar con años y años de incomprensión: «Todos los pueblos forman una comunidad (…) Como es tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos»[vi].

La Iglesia del Concilio también quiere a Gimli en la comunidad.

UN HEBREO EN LA COMUNIDAD

El Rabino Meir Soloveichik, en un artículo titulado «The secret Jews of The Hobbit», dirá sobre Legolas y Gimli: «Animados por Gandalf, los dos se convierten al fin en los mejores amigos, luchando hombro con hombro y arriesgando sus vidas para derrotar al Señor Oscuro y a sus malvadas legiones. Esta alianza de enanos-elfos bien puede ser un paradigma de una amistad judío-cristiana»[vii].

Aunque enanos y elfos se odian desde tiempo inmemorial, Tolkien insiste en unir ambas razas en la misión de salvación universal que significa la comunidad del Anillo. Como dirá Gandalf: «os necesito a los dos». Son necesarios los dos, cristianos y hebreos para ayudar a la humanidad a destruir el Anillo. Es sorprendente pensar hasta qué punto consideró Tolkien imprescindible que cristianos y hebreos colaborasen juntos en la empresa de sanar una humanidad que se aleja y reniega de sus raíces, que son los valores judeo-cristianos. El olivo y el olivastro son el testimonio contra la sombra de Mordor.­

Según Tolkien cristianos y judíos tienen la misión de formar parte de la comunidad del Anillo, pasando página a años de barreras y prejuicios para centrarse en la misión de salvación que ambos pueblos han recibido de Dios respecto al mun­do de hoy. Y así, buscando el diálogo sincero, Tolkien no obviará las disputas, sino que buscará las soluciones. Por ejemplo, en El Hobbit, la cristiandad (representada en esta novela temprana por el reino de Thranduil y de los elfos del Bosque Negro) es mostrada como una realidad encerrada en sí misma, que desaparece poco a poco y cuyos restos no son capaces de enfrentarse a los problemas del hombre de ese momento, porque el mundo está cambiando. A Thranduil, el rey elfo, sólo le preocupa conservar su reino y no le importa en absoluto que lo que hay fuera de sus fronteras se esté derrum­bando. Es todo lo contrario a Gandalf. Enanos y elfos se echan en cara cosas terribles. El diálogo de la película de Peter Jackson entre Thorin y Thranduil refleja muy bien este aspecto. El jefe de los Enanos dirá al rey elfo: Hiciste oídos sordos al sufrimiento de mi pueblo; lo cual adquiere una significación muy seria. Por eso, porque Tolkien quiere encarar el problema con valentía, no junta en la misma comunidad a un cristiano y a un hebreo cualquiera. Legolas es hijo de Thranduil, el que hizo oídos sordos al sufrimiento de los enanos, y Gimli lo es de Glóin, uno de los enanos que acompañó a Thorin y que escapó a duras penas de los calabozos de los elfos. No hay nadie en el mundo que pueda llevarse peor. Sin embargo, están llamados a salvar juntos a la humanidad, superando el muro que les separaba, el odio.

[Continuará]

[i] Cartas de JRR Tolkien, nº 176.

[ii] Última entrevista a J.R.R. Tolkien. Programa Now read on…, BBC radio 4. Enero 1971.

[iii] Cartas de JRR Tolkien, nº 142.

[iv] Para justificar esta afirmación, ver R. Murray, S.J. «J.R.R. Tolkien y el arte de la parábola» en J.R.R Tolkien. Señor de la Tierra Media, Minotauro, Barcelona, 2.001, p. 66.

[v] Constitución Apostólica Humanae salutis por la que se convoca el Concilio Vaticano II.

[vi] Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. I. IV.

[vii] Rabbi Meir Soloveichik, The Secret Jews of ‘The Hobbit’. From The Middle East to Middle Earth. En http://www.commentarymagazine.com/articles/the-secret-jews-of-the-hobbit/

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s